2020, el año en que todo cambió

Se acaba el 2020.
El año en que casi normalizamos los toques de queda. El año en que palabras como “confinamiento”, “asintomáticos” o “vacuna” se han convertido en habituales en nuestras conversaciones cotidianas.
Se acaba el año en el que, con todo el dolor de nuestro corazón, nos hemos separado de las personas a las que más queremos, precisamente porque las queremos.
2020 ha sido el año en que todo ha cambiado. Un año en el que la desolación anegó nuestras vidas, llenándolas de pérdida y despedidas imposibles. Una suerte de Noche Oscura del Alma en la que todas las certezas que teníamos se desvanecieron, llevándose consigo el futuro que nos habíamos prometido.
Un año que deseamos que termine ya, mirando con esperanza, pero de reojo, a un 2021 que representa una luz al final del túnel, pues ya hay vacuna. Una vacuna a la que nos aferramos como un náufrago se aferra a su tabla, en un mar embravecido más allá del cual, muy a lo lejos divisamos tierra.
Nunca fuimos tan frágiles.
2020 nos ha mostrado que no es verdad, que no es posible controlarlo todo . Que no somos tan fuertes, que somos vulnerables y dependientes los unos de los otros. Y hemos descubierto, con sorpresa, que habíamos valorado muy poco a aquellos que, jugándose la salud, han demostrado ser imprescindibles y que habíamos sobreestimado aquellas actividades que, aunque lucrativas, son enormemente superfluas.
Sin embargo, 2020 también nos ha enseñado que, si bien, la ilusión de un futuro imaginado es eso, una ilusión, no es menos cierto que es necesario que nos ilusionemos con nuevos proyectos y planes, aún cuando no estemos segur@s de si podrán llevarse a cabo. Porque a fin de cuentas, nunca hay garantías sobre nada, ni ahora ni antes. Nunca las hubo. Sólo que ahora esa realidad, a la cual solemos darle la espalda, se nos ha presentado delante de forma abrupta y no la podemos ignorar. Por decirlo en términos psicoanalíticos, nuestra omnipotencia se ha despeñado por el precipicio. Hemos experimentado lo que se siente ante el vacío de un saber que no alcanza a explicarlo todo y ante la incertidumbre de nuestro destino.
Digamos que, en cierto modo, este 2020 nos ha hecho bajar a la realidad. Nos ha arrancado la soberbia de un zarpazo: los humanos somos seres en falta . Aunque inventemos mil y una formas de tapar nuestros agujeros -compras compulsivas, adicciones varias, actividad frenética, acumulación de dinero, acumulación de cosas o acumulación de éxito-, nada de esto puede tapar la falta que nos constituye porque, en realidad, nada puede hacerlo sin obligar a pagar a quien lo intenta, un precio demasiado alto.
Por otro lado, 2020 nos ha puesto en contacto con la finitud de nuestra propia existencia y con lo limitadas que somos, en realidad, las personas. Pero al mismo tiempo, hemos comprobado cómo el ser humano puede crecerse ante la adversidad. Hemos descubierto que tenemos capacidad para crear un antídoto en un tiempo récord, lo que constituye un hito histórico para la ciencia y para la humanidad. Y es que hay capacidades latentes en nuestro interior, que sólo son susceptibles de ser desarrolladas cuando un@ se atreve a abandonar esa especie de seno materno protector y cómodo y se expone a la vida, enfrentando los obstáculos, soportando la incertidumbre y tolerando los propios errores.

Hoy es 30 de diciembre, estamos en los albores del 2021, y aunque ciertamente hay esperanza, nos espera un año muy duro. Ahora bien, ya sabemos que no lo podemos todo. Y eso es una buena noticia. Es una buena noticia porque ya no vivimos bajo el ideal de la omnipotencia: ni la vida puede ser una balsa idílica, ni somos totalmente autónomos, ni somos seres completos, ni lo seremos nunca. Y es en esa falta en la que podremos descubrir nuestros deseos, ya que sólo se desea aquello que no se tiene . Un ser completo no desea porque lo tiene todo. Un ser completo está solo pues no necesita a nadie. Un ser completo está inerte. Por fortuna, somos seres incompletos: por eso deseamos y por eso amamos.
Saber que no lo podemos todo nos permite explorar nuestros propios límites, probarnos e indagar hasta dónde sí podemos. Si tenemos el coraje de mirar en nuestro interior, tendremos la oportunidad de conocernos profundamente, de llegar a saber quiénes somos realmente y podremos movilizarnos para lograr aquello que queremos con la humildad de quien sabe que su esfuerzo vale la pena, aunque quizás no sea suficiente; y sabiendo que siempre nos faltará algo , que siempre existirá un agujero, un vacío, aún cuando consigamos aquello que nos hemos propuesto. En ese punto, seguiremos deseando y construiremos nuevas ilusiones porque habremos asumido que Ítaca no existe, que la felicidad no es un estado permanente ni un punto de llegada, sino más bien un destello evanescente, un accidente en el camino. Y que, a pesar de ello, o quizá precisamente por eso, la vida es bella y merece la pena vivirla.
Patricia Truchado Martínez.
Psicóloga. Psicoanalista.
El Blog de Psicosubjetivo






